viernes, 20 de julio de 2012

Viaje al fin de la noche

He soñado que Roberto Bolaño tenía tres años y visitaba mi casa. Lo abrazaba, lo besaba, le decía que era un niño precioso.

He soñado que estaba en Buenos Aires, caminaba por una zona portuaria sin saber adónde ir. Llevaba muchas horas perdido cuando se abrió la puerta de un galpón y salió un hombre de unos cuarenta años, sudoroso, que llevaba una camisa blanca remangada y unos pantalones negros que le quedaban muy anchos. Se detuvo un momento y encendió un cigarrillo. Cuando levantó la mirada me di cuenta que era Roberto Arlt que me sonreía como si me estuviera esperando.

He soñado que vivía en París: era invierno y me moría de frío en un piso sin calefacción. No tenía comida y perdía el tiempo fumando colillas de un cenicero inmenso. De repente oigo ruidos en la ventana y pienso que se ha puesto a granizar. Pero el ruido es fuerte y seco como si tiraran bolas de barro. Cuando me asomo veo a César Vallejo con una barra de pan negro envuelto en papel transparente, un queso de cáscara roja y una caja llena de botellas de vino francés.

He soñado que Juan Gonzalo Rose era mi tío y cada vez que me veía me pellizcaba la mejilla izquierda.

He soñado que iba al colegio con Martín Adán. Que jugaba a la pelota con Martín Adán. Que aprendía alemán con Martín Adán. Y que en todo lo que hacíamos era mejor que yo. Escribiendo, leyendo, aprendiendo idiomas. Y a pesar de eso yo siempre le pedía que me leyera sus poemas, y él se ponía solemne, con esa postura de niño aristocrático, y empezaba a leer unos poemas bellísimos mientras de su boca salía un olor agrio parecido al almizcle.

He soñado que estaba con Alejandra Pizarnik tomando vino en una habitación llena de libros. Hablábamos del dolor y la locura cuando la comencé a besar. Un rato después estábamos haciendo el amor sobre una montaña de papeles escritos con letra pequeña y desigual donde se despedía todos los días del mundo. Cuando terminamos le dije que por favor me dejara quedarme, que yo la cuidaría para siempre si ella me lo pedía.

He soñado que estaba en la terraza de un café de Montevideo con Idea Vilariño. Ella tomaba martinis en unas copas altas y brillantes, llevaba una falda corta que dejaban ver unas piernas perfectas. Tendría unos 40 años. Hablábamos de viajes, de Madrid y Barcelona. Me contaba de cuando conoció a Onetti y no sé qué más. Atardecía y yo iba algo borracho. De un momento a otro le cogí el brazo y me puse a llorar, desconsoladamente, mientras le decía que no se fuera, que por favor me salvara la vida.

He soñado que estaba tumbado boca abajo sobre un terraplén. Era de noche y sólo podía ver en el horizonte unos destellos blancos y amarrillos. A mi lado alguien me habla, me ofrece un cigarrillo, me lo enciende y con el resplandor de la luz logro reconocerlo: es Roque Dalton que está boca arriba y tiene los ojos semi cerrados. Cuando se apaga la luz vuelve la penumbra y la voz de Roque se hace misteriosa. Me pregunta: ¿Tienes miedo? Y yo ya no sabía si lo que retumbaba en mi cuerpo era el ruido de los cañones o los latidos de mi corazón.

 

1 comentario:

  1. Hay noches que no están hechas para dormirlas y hay sueños que son como una mala noche...

    Al menos tus fantasmas tienen cierto caché, los míos son más prosaicos, ya sabes... tienen oficios aburridos, son anónimos, y no salen en los libros de historia. Sus palabras, no son palabras, son silencios cargados de significado. Ellos sólo me miran, como si ocultaran algo, como si yo supiera lo que habrían de decir o como si diciéndolo esas palabras fueran menos ciertas, devaluando su significado oculto. Es un silencio que pretende para sí un estatuto de verdad amparado en una forma de mirar, y esa mirada luego me acompaña todo el día, pero no encuentro a nadie que me mire así, hasta la noche siguiente, y cada día se convierte en una nueva derrota.

    Queríamos un mundo en ruinas para construir trazados imposibles, como sólo los niños saben hacer, y ya lo tenemos. Ahora sólo nos queda saber digerir los sueños de la razón.

    Un abrazo olímpico, que cruce el océano

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