jueves, 17 de diciembre de 2009

All Tomorrow´s Parties

He sido un recluta reincidente de cofradías que me han salvado del aburrimiento, y, lo que no es poco, de ciertos lugares comunes. Mi primera pandilla la conocí en la adolescencia. Era un grupo abigarrado con los que tuve que aprender a llorar a escondidas, a jugar al bandolero sin piedad ni redención. Con ellos la amistad era más bien canalla y algo perversa. Yo me había acostumbrado demasiado a la soledad, así que cuando conocí a esos pequeños delincuentes con los que crecí, mi entrega a ese mundo fue torpe y silenciosa. Estuve a punto de sucumbir al ominoso destino que les esperaba a todos esos jovencitos de rostros feroces que se paraban en las esquinas a ver pasar, con todo el desdén del mundo, las formas comunes de la vida. Pero me alejé. Tuve que recorrer el sur del continente hasta que sintiera que mi redención había concluido. Cuando regresé todo había cambiado y a mí me acosaban los nombres, las ideas, los compromisos. Así que me puse a bailar a ver si mis gestos se hacían menos duros, si mi mirada no se detenía con violencia. Hasta que conocí a mis hermanos de desobediencia, unos tercos soñadores con los que bailé canciones de amor y revolución.

Con ellos, héroes de sus propios desastres, fundé mi comuna del corazón, mi revuelta de rabia y fantasía. Con ellos descubrí la belleza de una militancia, de una protesta diaria; experimenté la belleza de bailar en círculo una canción mientras nos imaginábamos puros e invencibles. Y fuimos esos brillantes y conjurados subversivos que nos atrevimos a escribir libros llenos de ternura y desconsuelo; a fraguar, en ese baile lleno de inmortal anhelo, programas, revistas, asociaciones invisibles e ilegales. Fuimos, finalmente, esos terroristas perdidos y sin manifiesto que militamos en una canción, en un sueño, en una intuición eterna.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Des-bautizo o pequeño manifiesto epistolar de una juventud bastarda

Querido Rai,

A mí me gusta ser extranjero, pero con mi tristeza y mi gin tonic. Soy extranjero desde que recuerdo, desde que comencé a nombrar las cosas sin gramática, a ir al colegio con la cara lavada a leer en un abecedario de madera que no entendía. Y lo seguí siendo entre esos jóvenes algo bellos y completamente austeros, con los que caminaba con los ojos húmedos de rabia y garúa matinal. O cuando comencé a leer sobre niños que huían de casa y se iban en carros de fuego por el mundo, o se encerraban en casitas oscuras con ventanas pequeñas que eran como países perfectos, con café, galletitas y mujeres con ojos hipnóticos. Y ni la educación esmerada, ni el uniforme primoroso que vestía, me salvaron de ser un emigrante cada vez que salía de la casa a mirar la vida, cada vez que volvía despeinado y con sueño.

He sido, entonces, extranjero y principiante, comenzando siempre desde el principio, como un niño salvaje al que se le olvida todo. Quiere que le diga algo, no ha sido fácil convivir con esa sensación de extrañamiento, de otredad en cada presencia que se me imponía. Pero luego entendí que en ese intersticio de no-ser habitaba una potencia de ser lo que quisiera. Entendí que los monstruos del umbral son pequeños seres que pueden pasar al otro lado sin ningún aspaviento y siempre con el mismo y translúcido arrebato. Al final de cuentas lo que nos une, porque nuestro lugar no se puede nombrar, es la íntima y atemporal melancolía.

Suyo,

Julien Torma

Le dejo un fragmento de un poema de Alejandra, que es una chica extranjera que sabe muy bien de lo que estoy hablando: “se alejó –me alejé-/no por desprecio (claro es que nuestro orgullo es infernal)/sino porque una es extranjera/una es de otra parte,/ellos se casan/procrean/veranean,/tienen horarios,/no se asustan por la tenebrosa/ambigüedad del lenguaje.”

martes, 3 de noviembre de 2009

Música para corazones incendiados

El Estado no tiene amor, escribió Debord en ese panegírico etílico y crepuscular que quiso dejar como un último resuello de vida. Sí, el Estado no tiene amor, querido Guy, y además es una máquina célibe que nos avasalla y nos arrebata toda la aventura de la vida. Sí, Guy, tal vez te hubieras entendido con ese poeta, que se inclinaba como un colibrí sediento ante el vaso, que escribía que el Estado no podía darle sueños de primavera llenos de hierba húmeda. Estamos contra el Estado, queridos Guy y Juan Gonzalo. A mí, en esta tarde-noche el Estado me ha puesto opaco, me ha insuflado su dosis de derrota, de miseria, de indignidad. El Estado y toda su parafernalia bio-política: la ciudadanía, la legalidad, la educación, la compostura, la supuesta civilidad.

Hoy estoy cansado. Hoy quiero dormir y olvidarme, por una vez, que tengo un pasaporte que dice que nací pequeñito en una tierra lejana y que soy extranjero en cada recodo de mi existencia. Hoy sólo quiero dormir pensando que puedo llegar a esa casita azul donde me esperan sin una carta de referencia.

domingo, 18 de octubre de 2009

Mauvais Sang

El niño de los ojos como espejos lunares, el mejor poeta francés nacido en Latinoamérica que he conocido, decía que yo me parecía a Denis Lavant, el actor fetiche de Leos Carax. Yo, que siempre he tenido una vanidad silenciosa, le decía que me parecía más a Nick Drake en esa foto donde sale sentado con las piernas cruzadas justo delante de un árbol.

Pasaron unos años, vivía en Madrid y la premonición del poeta se me apareció como algo sobrenatural. Llevaba semanas viendo como la vida se me escapaba de las manos y como todo se me aparecía como un paisaje ruinoso, como me iba inclinando en un último suspiro de calamidad. No quedaba nada en pie, o nada tenía su forma original, porque ya había quemado, como el bolchevique furioso que soy, lo poco que tenía y sólo me faltaba arder a mí. Porque como dice alguien por ahí: cuando ya no queda más por quemar, eres tú quien debe arder. Así que debía huir porque todo era una amenaza: el hambre, la soledad, la locura. A punto estaba de arder cuando recordé a mi poeta preferido cuando me decía, con una sonrisa llena de misterio, que me parecía a ese actor que sale corriendo con el cuerpo convulsionado y con el corazón en llamas. Entonces me puse a correr, sintiendo como todo se estremecía dentro de mí, como dejaba atrás mi pequeño desastre. Y ya no me quedaba otra cosa que correr, saltar, huir, golpearme, desfigurarme, huir, huir, mientras recordaba a ese niño sabio que transfiguró mi mirada.



lunes, 5 de octubre de 2009

Todos los jóvenes tristes y literarios

Vine a Madrid a salvarme. En realidad estuve los últimos meses tratando de salvarme: trabajaba de prestado en un bar, vivía en una casa prestada e intentaba escribir una tesina que, también, me era ajena. Quería salvarme no sé de qué, no sé para qué. Así que escribí como un poseso porque creí que la escritura podía redimirme, que toda transgresión comienza en ese territorio de sombras y opacidades que es el lenguaje, y, además, porque tenía que demostrarme que la responsabilidad comienza, primero, en los sueños. Pero nada era real y las palabras, falsas e hipócritas, se deslizaban por los márgenes.

Llegué a Madrid con el corazón enloquecido, con un libro que cuenta la historia de unos jóvenes que se quieren salvar -en medio de la decepción sociológica y la abdicación revolucionaria- y con una tesina bajo el brazo que ya no me pertenecía y que sentía como una borrasca que se agitaba bajo los pliegues de mi chaqueta. Pero era muy tarde y la salvación literaria ya no me importa, pues siempre es una salvación solitaria, póstuma, casi inasible. Y ni el heroísmo, ni el glamour que tiene toda contienda, me arranca la tristeza de una salvación que casi no siento.

jueves, 16 de julio de 2009

Progresismo doméstico

Debí postear hace días, pero entre la euforia de unos días libres y el marasmo de mi mente (tan concentrada en la teoría y el deseo), no pude. Pero lo que sí hice fue salir -después de varios días de trabajo y escritura- a caminar por mi barrio. Cuando lo hago, me gusta perderme por las calles, sentarme a mirar el ritmo de la gente que pasa por las plazas. Ser un flaneur, un caminante intempestivo, un observador crepuscular. Y si es posible, crear situaciones, o imaginar que puedo crear situaciones que sean como estallidos, como pequeñas bombas que relampaguean. Pero mi barrio barcelonés ni siquiera me deja soñar con esa posibilidad. Es tan aséptico, tan burgués, tan familiar, tan ordenado, tan pacífico, tan poco insolente, que cualquier movimiento insólito, cualquier gestualidad exagerada, movilizaría, seguro, a la policía, a las organizaciones vecinales para reprimir al que lo haga. Y yo no quiero ser feliz con permiso de mi barrio. Ni de la policía. Ni de los okupas. Ni de nadie. Quiero caminar, si me apetece, por el filo de mi cuerpo, viendo todo como un recorte de papel ladeado; o dando brincos, como un funambulista sin que nadie me diga nada ni intente tirarme una moneda porque cree que es un show callejero. Mi barrio funge de progresista porque eso es cool y políticamente correcto: con sus pequeñas dosis de multiculturalismo, con otra de política (inocua por supuesto) y con un toque final de bohemia posmoderna. O es progresista precisamente porque ignora todo lo que pasa fuera de esas ventanitas que lo circundan.
Como dice Rimbaud (el niño de mis sueños): "La domesticidad acarrea, luego, demasiados problemas." Por eso, si no me encuentro a aquella chica que mira todo con ojos atentos, creo que me voy a mudar.

miércoles, 8 de julio de 2009

Pasaje al acto

Tenía que llegar. El pasaje al acto, digo. El momento en que abriera mi propio blog y, lo principal, me pusiera a escribir. Llevo meses fraguando la aventura, diagramando, mentalmente, los temas, las estrategias y todo lo demás. Hasta que llegó el día, o la madrugada, y aquí está el primer post. Acabo de llegar del trabajo, después de algunas horas de servir cafés y cañas a gente que no conozco pero me llama por mi nombre. Soy camarero, estudio un doctorado y a partir de ahora escribiré todo lo que me pase por la cabeza. Ah, soy Julien Torma, poeta desmentido.