lunes, 16 de agosto de 2010

Tan triste como ella

Hay una canción que me hace recordar a ráfagas de viento en las mejillas, a un mar recortado por cerros de colores, a caminatas eternas por el laberinto de un puerto.

Hay unos ojos empañados de tristeza azul que ya no puedo mirar.

Hay un cuento de Onetti que aún me hace llorar.

Hay una foto que me regaló la pequeña C. donde escribió: “A un viajero en una noche de huidizo fin.”

Hay una ciudad que huele a sueño.

Hay una chica calcinada por un sueño implacable.

Hay en el portal de mi casa una tormenta auroral de pan caliente.

Hay una nostalgia y una languidez que no sanan jamás.

Hay una ciudad daltónica donde los autos vuelan y todos ven las estrellas desde el hueco de sus camisas.

Hay domingos en que la indefensión me hace temblar como un niño perdido.

Hay una habitación pequeña en esa ciudad donde las estrellas se descuelgan del cielo y dejan polvo transparente en las calles; hay, digo, esa habitación, que aún me acoge, que aún respira en alguna parte de mi vida.

Hay canciones que ya no puedo escuchar.

Hay un libro de Aragon que es la confesión de una agonía.

Hay una habitación donde todavía soy joven y donde me resisto a dormir.

Hay, finalmente, un fragmento de un poema de ese genio del desastre que es Aragon que dice:

"Todas las habitaciones cuando por fin me he dormido
Han lanzado sobre mí el castigo de los sueños
Porque no sé de los dos lo peor soñar o vivir."

miércoles, 4 de agosto de 2010

Ya nadie incendia el mundo

He soñado que quemaba libros de papel amarillo donde habitaban nombres de mujer: Sophie, Emilie, Alejandra, Eleonora, todos nombres tristes y atemporales, todas promesas antiguas de un cuaderno vetusto.

He soñado que el miedo era el silencio.

He soñado que tenía una ex novia de pelo corto como el de un niño y una nariz que la hacía parecerse a una bailarina rusa. En el sueño yo la tenía de perfil, pero imaginaba esa nuca negra y ese cuello alto, y le hablaba de un poema que le había escrito y que se parecía a ese poema de Prevert que habla de niños que se aman, y ella, con su nariz altiva y su nuca redonda, se iba con un chico de pelo rizado y camisa celeste sin decirme nada.

He soñado que vivía en Barcelona, que compartía las tardes con una pandilla de jóvenes ágrafos a los que les hablaba de política y que me escuchaban con atenta ignorancia como si hablara un idioma extraño. Yo les decía que el aire no era de nadie, que la primavera se había ido pero regresaría, que podíamos tomar las cosas como si fueran nuestras, y ellos, con sus ojos relucientes, intentaban descifrar mis gestos, el resuello agrio que cubría mi boca.

He soñado que tenía un gato que arañaba el sol desde sus ojos amarillos de acuario.

He soñado que bailaba Absolute Beginners en una casa atestada de libros y que un poeta de mirada oriental me decía que la infancia estaba lejos.

He soñado que caminaba por alguna calle de Madrid buscando una dirección y que cuando la encontré alcé la vista y me encontré con una chica que jugaba con casitas de barro y lluvia, mientras por la puerta se colaban los acordes de una guitarra mal afinada. Todo eso antes de girar sobres mis talones e irme con la luna plateada alumbrando mis hombros.

He soñado que estaba en una estación esperando un autobús que me lleve a Portbou. Era tarde y la noche me engullía y ya no podía ver lo que pasaba a centímetros de mis ojos, y ni todos los recuerdos de esa infancia amparada por la luz podían iluminar mi tristeza.

He soñado que estoy en Portbou, sentado en una roca ovalada mirando el cielo plateado de la mañana. De repente delante de mí una niña y un niño caminan hacia el mar, dejando atrás un aroma a bosque salvaje. Él lleva en una mano un cuadernito escolar, mientras que con la otra le hace un gesto desganado al viento. Ella, de pronto, se echa a llorar y tiembla, tiembla como una flor pequeña sobre la que cae una sola gota de agua.

He soñado con un poema de Cernuda que dice:

Mas hoy es imposible
Buscar la luz entre barcas nocturnas;
Alguien cortó la piedra en flor,
Sin que pudiera el mundo
Incendiar la tristeza