viernes, 5 de marzo de 2010

Nombre falso

No escribo lo que quiero. No escribo como quisiera. He llegado hasta aquí y he escrito muy poco para todo ese tiempo, y mis muchos años me oprimen porque no puedo sostener mi deseo más allá del arrebato, de mis sueños resoñados y opacos. ¿Y la novela, Julien? ¿Y el libro de poesía que se fagocitaba en esa ciudad de fantasmas? ¿Y la tesis? La puta tesis. Las putas responsabilidades. Los putos compromisos. La profesionalización. El asco. El tedio. El amor. El odio. La envidia. La literatura no salva. Odio la literatura. Muerta y viva. La odio con toda mi alma. Sin embargo, no dejo de leer. Y tengo todos los libros del mundo en la cabeza. Nick Cave me susurra su agonía, su poesía de crápula oscuro. No sé si sea muy tarde para la redención, para nivelar las pretensiones. Me digo: “Escribir entre ruinas, Julien, esa es la salida. Escribir así todo se aleje, todo se difumine, todo se escape de la mirada.” ¿Podré? Guerre, no me mates de esa manera, no me mates para siempre. Oh, Julien, debajo estoy yo, Julien.

La carne es triste, ¡ay!, y todo lo he leído.
¡Huir! ¡Huir! Presiento que en lo desconocido
de espuma y cielo, ebrios los pájaros se alejan.
Nada, ni los jardines que los ojos reflejan
sujetará este pecho, náufrago en mar abierta
¡oh, noches!, ni en mi lámpara la claridad desierta
sobre la virgen página que esconde su blancura,
y ni la fresca esposa con el hijo en el seno.
¡He de partir al fin! Zarpe el barco, y sereno
meza en busca de exóticos climas su arboladura.
Un hastío reseco ya de crueles anhelos
aún sueña en el último adiós de los pañuelos.
¡Quién sabe si los mástiles, tempestades buscando,
se doblarán al viento sobre el naufragio, cuando
perdidos floten sin islotes ni derroteros!...
¡Más oye, oh corazón, cantar los marineros!
Stephán Mallarmé


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