Dejar la rabia para cuando la infamia aceche, para cuando venga la policía a buscarnos por incompetentes, por tener oficios incomprensibles, por mirar con vehemencia el cielo. Mientras tanto, cultivar la ternura. Y tomar un tren. Ir al Sur.
Leer a Rimbaud.
Dar de comer a las palabras, consentirlas, guardarlas por la noche en un lugar seguro para que no se escapen por la ventana.
Fatigar el silencio, merodearlo, acurrucarse un momento a su lado y sentir cómo se apodera de las cosas.
Escribir con ferocidad, desnudo, como chica, como poeta, como un orate salvaje y auroral.
Leer a Artaud. También a Deleuze. Abandonar los remilgos.
Caminar, perderse y encontrar algo.
Leer a Walser.
No acostumbrarse a la desdicha. No olvidar.
Tomar café y sentir como la tristeza, siempre repentina, llega con la tarde. Y conversar. Invitarle galletitas y salir a caminar con las manos en los bolsillos.
Ver cine en blanco y negro.
Leer a Perec.
Amar sin desidia.
Leer a Aragon.
Hacer cartografías y salir a buscar a la niña de los ojos líquidos.
Buscar el pan. Buscar la belleza. Buscar. Encontrar.
Caminar. Escribir. Leer. Mirar. Caminar.
No se aceptan devoluciones.
miércoles, 20 de enero de 2010
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"El ombligo de los limbos" es uno de los libros que más me ha impactado en la vida.
ResponderEliminarUn saludo
Debora, Artaud fue el genio que llevó la palabra a los límites, justo donde se topa con el silencio, ahí donde habita la locura. Las cartas a Rivette son el testimonio más crudo y hermoso que he leído sobre los abismos de un hombre.
ResponderEliminarSaludos.