lunes, 5 de octubre de 2009

Todos los jóvenes tristes y literarios

Vine a Madrid a salvarme. En realidad estuve los últimos meses tratando de salvarme: trabajaba de prestado en un bar, vivía en una casa prestada e intentaba escribir una tesina que, también, me era ajena. Quería salvarme no sé de qué, no sé para qué. Así que escribí como un poseso porque creí que la escritura podía redimirme, que toda transgresión comienza en ese territorio de sombras y opacidades que es el lenguaje, y, además, porque tenía que demostrarme que la responsabilidad comienza, primero, en los sueños. Pero nada era real y las palabras, falsas e hipócritas, se deslizaban por los márgenes.

Llegué a Madrid con el corazón enloquecido, con un libro que cuenta la historia de unos jóvenes que se quieren salvar -en medio de la decepción sociológica y la abdicación revolucionaria- y con una tesina bajo el brazo que ya no me pertenecía y que sentía como una borrasca que se agitaba bajo los pliegues de mi chaqueta. Pero era muy tarde y la salvación literaria ya no me importa, pues siempre es una salvación solitaria, póstuma, casi inasible. Y ni el heroísmo, ni el glamour que tiene toda contienda, me arranca la tristeza de una salvación que casi no siento.

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