lunes, 16 de agosto de 2010

Tan triste como ella

Hay una canción que me hace recordar a ráfagas de viento en las mejillas, a un mar recortado por cerros de colores, a caminatas eternas por el laberinto de un puerto.

Hay unos ojos empañados de tristeza azul que ya no puedo mirar.

Hay un cuento de Onetti que aún me hace llorar.

Hay una foto que me regaló la pequeña C. donde escribió: “A un viajero en una noche de huidizo fin.”

Hay una ciudad que huele a sueño.

Hay una chica calcinada por un sueño implacable.

Hay en el portal de mi casa una tormenta auroral de pan caliente.

Hay una nostalgia y una languidez que no sanan jamás.

Hay una ciudad daltónica donde los autos vuelan y todos ven las estrellas desde el hueco de sus camisas.

Hay domingos en que la indefensión me hace temblar como un niño perdido.

Hay una habitación pequeña en esa ciudad donde las estrellas se descuelgan del cielo y dejan polvo transparente en las calles; hay, digo, esa habitación, que aún me acoge, que aún respira en alguna parte de mi vida.

Hay canciones que ya no puedo escuchar.

Hay un libro de Aragon que es la confesión de una agonía.

Hay una habitación donde todavía soy joven y donde me resisto a dormir.

Hay, finalmente, un fragmento de un poema de ese genio del desastre que es Aragon que dice:

"Todas las habitaciones cuando por fin me he dormido
Han lanzado sobre mí el castigo de los sueños
Porque no sé de los dos lo peor soñar o vivir."

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