martes, 3 de noviembre de 2009

Música para corazones incendiados

El Estado no tiene amor, escribió Debord en ese panegírico etílico y crepuscular que quiso dejar como un último resuello de vida. Sí, el Estado no tiene amor, querido Guy, y además es una máquina célibe que nos avasalla y nos arrebata toda la aventura de la vida. Sí, Guy, tal vez te hubieras entendido con ese poeta, que se inclinaba como un colibrí sediento ante el vaso, que escribía que el Estado no podía darle sueños de primavera llenos de hierba húmeda. Estamos contra el Estado, queridos Guy y Juan Gonzalo. A mí, en esta tarde-noche el Estado me ha puesto opaco, me ha insuflado su dosis de derrota, de miseria, de indignidad. El Estado y toda su parafernalia bio-política: la ciudadanía, la legalidad, la educación, la compostura, la supuesta civilidad.

Hoy estoy cansado. Hoy quiero dormir y olvidarme, por una vez, que tengo un pasaporte que dice que nací pequeñito en una tierra lejana y que soy extranjero en cada recodo de mi existencia. Hoy sólo quiero dormir pensando que puedo llegar a esa casita azul donde me esperan sin una carta de referencia.

1 comentario:

  1. Julien Torma, todos somos extranjeros, es el Estado, paradigma de nuestra terca necesidad abstracta de insititucionalizar nuestra cuadratura mental, el que nos hace creer que debemos o pertenecemos a algo.

    Toda identidad tiene su opuesto; lo curioso, es que, si negamos cualquiera de ellas, si omitimos estas etiquetas, si arrancamos estas placas con las que nombramos nuestras calles... viviríamos en un mundo sin nombres, en el que todos seríamos, de algun manera extranjeros y nuestra diferencia, por fin, se antepondría a cualquier identidad.

    (Quizá deberíamos, todos, des-bautizarnos.)

    Enorgullécete de serlo: extranjero.

    ResponderEliminar